¿A quién de nosotros ante una
situación o al mirar un objeto no le viene a la memoria un recuerdo?
Es como una chispa que te asalta en la mente y, a raíz de ella,
empiezas a recordar todas las vivencias de unos momentos pasados.
Hechos que tenías en el olvido, encerrados en el cajón de los
recuerdos, y que por cualquier detalle se abre la llave, aflorando de
nuevo con tal realismo que parece que los estás viviendo de nuevo.
En un día cualquiera de la feria de mi
pueblo, al al acercarme a uno de los puestos del “Turrón” para
comprar ese emblemático dulce, propio de las fiestas, el dueño del
mismo con toda la amabilidad me ofreció para degustar un trozo de
turrón. En el momento en que fui a cogerlo, con toda rapidez me pasó
por la memoria como hace 70 años, en compañía de mi padre,
estábamos en el puesto del entonces famoso turronero David Soto.
Este me dio un trozo de turrón para que probara su calidad.
Volviendo de nuevo a la realidad, este simple hecho, sirvió para que, mientras saboreaba el dulce de almendras se desencadenaba, unos tras otros, los recuerdos vividos durante las ferias de mi niñez. Aquellas que esperábamos llenos de ilusión, contando todos los “cacharritos” (como solíamos llamar a las atracciones) que iban llegando; unas venían por el ferrocarril; otras en viejos camiones que, cargados a tope, apenas podían con la carga sujeta con cuerdas y que dejaba entrever los caballitos de madera. Las vaquitas, casi siempre, llegaban cargadas en carros tirados por mulas. Estos venían haciendo su recorrido de feria en feria desde los pueblos vecinos.
La algarabía que se formaba desde que
entraban los “cacharritos” por las primeras casas del pueblo era
inmensa.
Toda la chiquillería íbamos corriendo
detrás, acompañándoles hasta llegar al recinto ferial. Allí
ofrecíamos nuestra ayuda para descargar las piezas de los
“cacharritos” con el interés de que nos dieran algún “vale”
o ticket para dar un paseo gratis en las atracciones. Estas eran las
mismas casi todos los años y si por casualidad venía alguna
distinta era la novedad de las fiestas. Las más corrientes eran las
“guitomas” o voladoras, que consistían en unos asientos colgados
por unas cadenas, donde te amarrabas, y que giraban alrededor de un
mástil central, alcanzando gran altura.
Las mayores y más potentes estaban
impulsadas por un motor. Las más pequeñas de movían manualmente,
girando sobre el palo central a fuerza de empujar sobre el mismo. A
modo de música habría un latón clavado en el mástil, que como si
fuese un tambor era golpeado rítmicamente con dos cucharas, al mismo
tiempo la dueña movía al compás sus posaderas todo el tiempo que
duraba el viaje.
Feria 1965...veasé articulo Antiguo. http://minerosporelmundo.blogspot.com/2015/07/feria-2015-villanueva-del-rio-y-minas.html |
Las vaquitas ningún año faltaban.
Movidas al ser impulsadas por la fuerza muscular del que las montaba,
había que tener cierta habilidad al emplear conjuntamente toda la
energía del cuerpo, brazos y piernas. Había quien las hacía girar,
dándoles vueltas sobre el eje del que colgaban, poniéndose en
posición vertical. Recuerdo que, cada vez que me montaba en una de
ellas, era tan torpe que el dueño tenía que empujarlas para que
pudiera pasearme.
Los caballitos estaban instalados junto
a focas, jirafas y diversa fauna que se repartían en una plataforma
circular de madera. Todo giraba alrededor de un grueso mástil. Eran
impulsados manualmente. Recuerdo que, en más de una ocasión y con
el objeto de montarme y dar un paseo gratis con la conformidad del
dueño, me ponía a empujarlos.
Recuerdo una feria, en la que meses
antes había cumplido yo 10 años y que por tal motivo me regalaron
una carterita/billetera, con sus departamentos para las antiguas
pesetas de papel y bolsillos con pastas transparentes para las
fotografías. Cuando como todos los años le pedí dinero a mi padre
para ir a la feria, él me fue a dar lo que por costumbre me tenía
estipulado para un día. Yo con mi carterita en la mano le dije que
me diera el total de lo que pensaba darme para todos los días de la
feria, con el objetivo de rellenar departamentos con los billetes de
una peseta, para presumir delante de mis amigos. Al principio él se
opuso, argumentando que podría perderlo todo el primer día y pasar
toda la feria sin un real. Tras mucho insistir logré convencerle. La
cosa no pudo ser más desastrosa. Recuerdo que aquella tarde en la
feria, en compañía de mis amigos, nos paramos juntos a una
“reolina” o ruleta de la suerte, donde por un real podías
hacerla girar. Cuando se paraba, indicando hacia un punto, conseguía
el regalo que en él existía. Lo peor era, no se por qué causa, que
siempre se paraba donde no existía ningún premio. Fue allí donde
recuerdo haberme sacado del bolsillo por última vez la carterita,
haciendo ostentación delante de los demás de llevar más dinero del
acostumbrado a nuestra edad.
Posteriormente y en la calle del
infierno, cuando fui a coger la carterita para comprar un ticket y
montarme en los “cacharritos”, pude comprobar con asombro como me
había desaparecido del bolsillo, y por muchas vueltas que di
buscándola por la feria no la pude encontrar. En aquellos momentos
me sentí el ser más desgraciado del mundo, llorando me fui a mi
casa. Al verme en tal estado mis padres se asustaron, pero cuando se
enteraron de la causa de mi llanto en un principio se enfadaron, pero
luego, sonriendo, me dijeron que eso me había ocurrido por vanidoso
y que me serviría de escarmiento para el futuro.
Fue una de las ferias más amargas que
he pasado en mi vida, ya que casi toda transcurrió sin disfrutarla,
pendiente de que de vez en cuando y por lástima me montaran en algún
“cacharrito”. Por supuesto que sirvió de lección, ya que desde
entonces he procurado comportarme más humildemente a lo largo de mi
vida.
Mucho ha llovido desde entonces y son
tantas las vivencias que tenemos almacenadas en el archivo de nuestra
memoria que en cualquier momento, por cualquier causa o razón, se
vuelve a recordar. Son parte de nuestra existencia que influyeron en
lo que somos y nuestra manera de pensar.
Pepe Hinojo.
bonitos recuerdos aquellos ,yo una de las cosas que no se me olvidan era que a mi me daban dos pesetas por día de feria y antes de llegar a la feria me gastaba una en calentito y en cigarro de matalauva ,así que cuando llegaba a la feria y me gastaba la otra peseta me dedicaba a dar vuelta por la feria a ver si encontraba algún tío mio ,les daba un beso y ellos me daban un real o dos y así ya tenia para otro rato mas el la feria pero esos recuerdos no se olvidan jamas: aunque me llame ese alemán que no se acuerda de nada
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