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jueves, 7 de junio de 2018

LAS FERIAS MINERAS

Las Ferias Mineras a mediados del siglo XX



¿A quién de nosotros ante una situación o al mirar un objeto no le viene a la memoria un recuerdo? Es como una chispa que te asalta en la mente y, a raíz de ella, empiezas a recordar todas las vivencias de unos momentos pasados. Hechos que tenías en el olvido, encerrados en el cajón de los recuerdos, y que por cualquier detalle se abre la llave, aflorando de nuevo con tal realismo que parece que los estás viviendo de nuevo.


En un día cualquiera de la feria de mi pueblo, al al acercarme a uno de los puestos del “Turrón” para comprar ese emblemático dulce, propio de las fiestas, el dueño del mismo con toda la amabilidad me ofreció para degustar un trozo de turrón. En el momento en que fui a cogerlo, con toda rapidez me pasó por la memoria como hace 70 años, en compañía de mi padre, estábamos en el puesto del entonces famoso turronero David Soto. Este me dio un trozo de turrón para que probara su calidad.

Volviendo de nuevo a la realidad, este simple hecho, sirvió para que, mientras saboreaba el dulce de almendras se desencadenaba, unos tras otros, los recuerdos vividos durante las ferias de mi niñez. Aquellas que esperábamos llenos de ilusión, contando todos los “cacharritos” (como solíamos llamar a las atracciones) que iban llegando; unas venían por el ferrocarril; otras en viejos camiones que, cargados a tope, apenas podían con la carga sujeta con cuerdas y que dejaba entrever los caballitos de madera. Las vaquitas, casi siempre, llegaban cargadas en carros tirados por mulas. Estos venían haciendo su recorrido de feria en feria desde los pueblos vecinos.
La algarabía que se formaba desde que entraban los “cacharritos” por las primeras casas del pueblo era inmensa. 


Toda la chiquillería íbamos corriendo detrás, acompañándoles hasta llegar al recinto ferial. Allí ofrecíamos nuestra ayuda para descargar las piezas de los “cacharritos” con el interés de que nos dieran algún “vale” o ticket para dar un paseo gratis en las atracciones. Estas eran las mismas casi todos los años y si por casualidad venía alguna distinta era la novedad de las fiestas. Las más corrientes eran las “guitomas” o voladoras, que consistían en unos asientos colgados por unas cadenas, donde te amarrabas, y que giraban alrededor de un mástil central, alcanzando gran altura.
Las mayores y más potentes estaban impulsadas por un motor. Las más pequeñas de movían manualmente, girando sobre el palo central a fuerza de empujar sobre el mismo. A modo de música habría un latón clavado en el mástil, que como si fuese un tambor era golpeado rítmicamente con dos cucharas, al mismo tiempo la dueña movía al compás sus posaderas todo el tiempo que duraba el viaje.

Feria 1965...veasé articulo Antiguo. http://minerosporelmundo.blogspot.com/2015/07/feria-2015-villanueva-del-rio-y-minas.html

Las vaquitas ningún año faltaban. Movidas al ser impulsadas por la fuerza muscular del que las montaba, había que tener cierta habilidad al emplear conjuntamente toda la energía del cuerpo, brazos y piernas. Había quien las hacía girar, dándoles vueltas sobre el eje del que colgaban, poniéndose en posición vertical. Recuerdo que, cada vez que me montaba en una de ellas, era tan torpe que el dueño tenía que empujarlas para que pudiera pasearme.
Los caballitos estaban instalados junto a focas, jirafas y diversa fauna que se repartían en una plataforma circular de madera. Todo giraba alrededor de un grueso mástil. Eran impulsados manualmente. Recuerdo que, en más de una ocasión y con el objeto de montarme y dar un paseo gratis con la conformidad del dueño, me ponía a empujarlos.
Recuerdo una feria, en la que meses antes había cumplido yo 10 años y que por tal motivo me regalaron una carterita/billetera, con sus departamentos para las antiguas pesetas de papel y bolsillos con pastas transparentes para las fotografías. Cuando como todos los años le pedí dinero a mi padre para ir a la feria, él me fue a dar lo que por costumbre me tenía estipulado para un día. Yo con mi carterita en la mano le dije que me diera el total de lo que pensaba darme para todos los días de la feria, con el objetivo de rellenar departamentos con los billetes de una peseta, para presumir delante de mis amigos. Al principio él se opuso, argumentando que podría perderlo todo el primer día y pasar toda la feria sin un real. Tras mucho insistir logré convencerle. La cosa no pudo ser más desastrosa. Recuerdo que aquella tarde en la feria, en compañía de mis amigos, nos paramos juntos a una “reolina” o ruleta de la suerte, donde por un real podías hacerla girar. Cuando se paraba, indicando hacia un punto, conseguía el regalo que en él existía. Lo peor era, no se por qué causa, que siempre se paraba donde no existía ningún premio. Fue allí donde recuerdo haberme sacado del bolsillo por última vez la carterita, haciendo ostentación delante de los demás de llevar más dinero del acostumbrado a nuestra edad.

Posteriormente y en la calle del infierno, cuando fui a coger la carterita para comprar un ticket y montarme en los “cacharritos”, pude comprobar con asombro como me había desaparecido del bolsillo, y por muchas vueltas que di buscándola por la feria no la pude encontrar. En aquellos momentos me sentí el ser más desgraciado del mundo, llorando me fui a mi casa. Al verme en tal estado mis padres se asustaron, pero cuando se enteraron de la causa de mi llanto en un principio se enfadaron, pero luego, sonriendo, me dijeron que eso me había ocurrido por vanidoso y que me serviría de escarmiento para el futuro.
Fue una de las ferias más amargas que he pasado en mi vida, ya que casi toda transcurrió sin disfrutarla, pendiente de que de vez en cuando y por lástima me montaran en algún “cacharrito”. Por supuesto que sirvió de lección, ya que desde entonces he procurado comportarme más humildemente a lo largo de mi vida.

Mucho ha llovido desde entonces y son tantas las vivencias que tenemos almacenadas en el archivo de nuestra memoria que en cualquier momento, por cualquier causa o razón, se vuelve a recordar. Son parte de nuestra existencia que influyeron en lo que somos y nuestra manera de pensar.

Pepe Hinojo.

1 comentario :

  1. bonitos recuerdos aquellos ,yo una de las cosas que no se me olvidan era que a mi me daban dos pesetas por día de feria y antes de llegar a la feria me gastaba una en calentito y en cigarro de matalauva ,así que cuando llegaba a la feria y me gastaba la otra peseta me dedicaba a dar vuelta por la feria a ver si encontraba algún tío mio ,les daba un beso y ellos me daban un real o dos y así ya tenia para otro rato mas el la feria pero esos recuerdos no se olvidan jamas: aunque me llame ese alemán que no se acuerda de nada

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