“LA MINA” SERÁ PRESENTADA EN LA FERIA DEL LIBRO DE SEVILLA (1 Junio a las 7 de la tarde).
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RESUMEN CAPÍTULO: LA EXPLOSIÓN DE 1904
Ya estamos frente a la copiosa información que hemos desplegado sobre la explosión más grave en estas minas, tanto por el número de muertos como por sus consecuencias posteriores. Ocurrió en el año 1904. Mi padre va sacando de la carpeta, con una parsimonia que más se parece a la tristeza que a la búsqueda del pormenor, informes, fotos, planos, recortes de periódicos, algunos de ellos corregidos por sus muchas imprecisiones, y otros tachados por completo debido a su falsedad.
En la madrugada del 28 de abril de 1904 , cuando se procedía al relevo de los mineros del pozo número cinco, se oyó una detonación que conmovió todas las galerías de este frente de trabajo.
Su onda expansiva produjo el derrumbamiento de grandes masas de tierra y mineral que ocasionó 64 muertos y muchos heridos. La noticia no se conoció hasta la diez de la mañana. Como cada vez que ocurría un desastre de este tipo, la sirena de la Compañía sonó fuera del horario habitual. Una verdadera avalancha de esposas, hijos y hermanos llegó hasta el lugar del siniestro. Era la angustia habitual de tantos accidentes similares como habrían de repetirse en el futuro. Todos querían saber si había algún minero muerto en su familia. Las fuerzas de la guardia civil, mandadas por el sargento González, apenas podían contener la gran masa de personas que pedía información, al mismo tiempo que obstaculizaba el rescate de los cadáveres y la evacuación de los heridos.
El rescate de los cadáveres y la evacuacón de los heridos en la explosión de 1904 provocaron una avalancha de familiares en el lugar del siniestro. Todos querian saber si había algún minero muerto en su familia |
El dolor de tanta gente honrada.-
Las primeras noticias informaron sobre cuatro mineros fallecidos de Alcolea del Río, tres de Tocina y un mayor número de Galicia.
A medida que avanzó el día se supo que estos cadáveres sólo correspondían a los mineros identificados. Pero entre los que no se habían podido identificar y los que aún no habían sido rescatados, el número de muertos llegó a ser de sesenta y cuatro. De los ochenta y cinco trabajadores que componían el relevo de ese día, sólo uno había salido con vida, y estaba muy grave. Se trataba de Manuel Crenes, que, tras ser reanimado, contó como ocurrió todo delante del juez de Lora del Río, don Manuel Halcón, quien se personó en el lugar de los hechos. Veinte de los trabajadores del relevo se salvaron milagrosamente, porque en el momento de la explosión esperaban el ascensor para bajar a la mina. A los dos días de la explosión, en vista de la imposibilidad de rescate de algunos mineros, la lista de los fallecidos fue colocada en la puerta del hospital, renovándose las escenas de dolor de los familiares.
– ¿Pero por qué? ¿Por qué? –casi grité ante aquel espectáculo de tantas muertes.
– Por lo de siempre, hijo –respondió mi padre creyendo que me interesaba por la causa del accidente–. Por el maldito grisú, también conocido como gas de los pantanos o metano. Se trata de un gas traicionero, sin color ni olor. Al no percibirse, puede permanecer en el aire sin que nos demos cuenta. Tiene todas las características de un asesino invisible, y a determinada concentración es muy peligroso al contacto con el fuego. Una vez que se mezcla con el oxígeno, su separación es imposible. Se oculta en los poros y cavidades del carbón a presiones muy altas. Y ahí espera, traicionero y expectante, hasta que encuentra las condiciones para matar, produciendo una explosión cuya temperatura alcanza los 265 grados centígrados, con una velocidad de propagación de 330 metros por segundo. Este es el gas que ha matado a miles de mineros en el mundo.
Los niños mineros.-
Las fotos que había extendido sobre la mesa eran impresionantes. Por muchos que sean los datos aportados sobre la explosión, no hay visión más certera de esta desgracia que contemplar tantos cuerpos sin vida, algunos destrozados, otros sorprendidos en la contorsión de una huida imposible. Las impresionantes imágenes valían mucho más que todas las palabras, antes que a Mac Luhan se le ocurriera la tan manida
frase. Muchos rostros mostraban el último gesto con que dejaron este mundo. Y aunque parezca increíble, había expresiones que mostraban una sonrisa de plena serenidad. Teníamos que creer, pues, a Antonio Muñoz Rubichi, cuando el jueves que preparábamos este capítulo nos contaba, como experto en minas, las cualidades asesinas del grisú: Sólo tiene una cosa buena el muy canalla –nos dijo–, que al mezclarse en la sangre en proporciones suficientes para causar la muerte, produce una especie de agradable sopor que conduce a un dulce abandono de la vida. Mientras yo contemplaba horrorizado aquellas fotos, se incorporó de la mesa, cogió un sobre color crema que había en un anaquel y volvió a sentarse frente a mí. Estaba muy serio. Antes de abrir el sobre donde pude leer la palabra Paquito, me dijo:
– No quería mostrarte esta foto, porque pensaba que podría ser muy dura para ti, pero si estáis dispuesto a seguir con la historia del pueblo y sus minas, creo que debéis conocer todo lo que aquí ocurrió, por muy desagradables que puedan parecer algunos hechos. Te voy a mostrar una víctima de esta explosión, quizás la más dolorosa, si es que se pueden establecer niveles de dolor en este espantoso accidente.
Cuando terminó de hablar, me extendió con gesto de preocupación la foto que guardaba en el sobre junto con una cuartilla. La imagen era la de un niño. Posiblemente no les dio tiempo a bajarle los párpados, y sostenía una mirada limpia, inocente, como sólo puede ser la de un adolescente. La palidez de su rostro y sus labios apenas entreabiertos daban la impresión de que iba a iniciar una conversación, tal vez para contarnos cómo fue todo, o cómo le va en esa nueva vida que ya va a durarle toda una eternidad. Su brazo izquierdo había sido separado por completo del tronco por el impacto de la explosión. Pero seguro que este desgarro había sido posterior a la muerte producida por el gas grisú. Porque con aquellos jirones de huesos y músculos en carne viva no era posible un rostro de tanta serenidad en el último adiós. Era cierto que aquello era muy duro. Apenas tuve ánimo para preguntar:
– ¿Por qué Paquito?
– Porque su nombre era Francisco Nieto Venegas, aunque todos le llamaban Paquito –respondió mi padre con la mirada baja–. Acababa de cumplir los quince años –continuó–, y trabajaba desde los doce en los servicios de ventilación.
La Fosa común.-
Las consecuencias de la explosión de 1904 no quedaron en esto. Cuando los cadáveres ya ocupaban sus ataúdes, hubo que enterrarlos en Villanueva del Río, porque La Mina, que ya era mucho mayor que su aldea de origen, carecía de cementerio. Ante el costoso abono por los derechos de enterramiento que exigió el Ayuntamiento del poblado vecino, sólo pudieron descansar en sepulturas individuales diez de los sesenta y cuatro mineros muertos. Los cincuenta y cuatro restantes fueron enterrados en una fosa común por falta de recursos económicos. A contrapelo de los acontecimientos, la Compañía construyó el cementerio de Santa Bárbara un año después de esta explosión, en 1905. Pero la humillación de la fosa común, como si de una guerra perdida se tratara, ya se había cometido en los cuerpos sin vida de estos hombres, y un niño que se fue de este mundo sin conocer los juegos propios de su edad.
El paso de la interminable comitiva de féretros por las calles del pueblo fue impresionante. Mujeres y niños despedían con llanto a sus maridos y sus padres. Muchos mineros daban el último adiós a sus compañeros con un gesto adusto, un saludo de puño cerrado, más por rabia que por ideología. Y este malestar se repitió como un presagio a lo largo de la gran concentración de personas que asistió al entierro. Una gran hilera de ataúdes fueron llevados a hombro hasta el cementerio de Villanueva del Río por compañeros que se turnaban en los muchos kilómetros de recorrido. Rechazaron de plano los cuatro camiones que ofreció la Compañía para su traslado. Y esta rabia, junto a la profunda tristeza que generó tanta muerte, se fue extendiendo lenta y segura por el pueblo, como una plaga.
La repercusión de este accidente fue enorme en toda España. Su primer detonante fue la huelga que se convocó en estas minas. El paro general que se prolonga desde el 3 al 28 de mayo de 1904, adquiere más envergadura cuando a él se incorporan, el 16 del mismo mes, fogoneros, bomberos (responsables de las bombas de ventilación y extracción del agua) y maquinistas, profesiones imprescindibles para el funcionamiento de las explotaciones. De los casi mil obreros que entonces figuraban en plantilla, más del ochenta por ciento terminó por incorporarse a la huelga.
Autor Antonio Guerra Gil.
"LA MINA" estará en todas las librerías a partir del 20 de Junio.
Petición de Libros a la editorial Siarum Editores C/ Santa Angela de la Cruz nº16 Utrera (Sevilla). Tlf: 669872872.