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lunes, 26 de mayo de 2014

CAPITULO XIII LA MINA, PLAN ESPECIAL DE CONQUISTA


“LA MINA” SERÁ PRESENTADA EN LA FERIA DEL LIBRO DE SEVILLA 

(1 Junio a las 7 de la tarde).

http://minerosporelmundo.blogspot.com.es/2014/05/la-historia-de-la-mina-serapresentada.html
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RESUMEN CAPITULO XIII "LA MINA"


PLAN ESPECIAL DE CONQUISTA


El 7 de agosto de 1936, La Mina fue tomada y saqueada por las llamadas tropas nacionales. Antes de poner orden en el caos en que se encontraba el pueblo, la primera preocupación de las autoridades militares, y sobre todo de las secciones falangistas que acompañaban a las unidades del ejército, fue interesarse por los nombres de los afiliados a partidos de izquierda y de las personas simpatizantes o afines a la República.

Entre los días siete y diez de agosto, se calcula que huyeron del pueblo alrededor de cuatrocientos hombres y cincuenta y cuatro mujeres con sus hijos. Algunos eran culpables de delitos, pero la mayoría lo hicieron por el miedo que había cundido entre la población. Un miedo después justificado por el comportamiento de la Falange y el ejército.La huída era a través del campo y por la noche, ya que la estación del ferrocarril y los caminos de acceso y salida estaban vigilados por escuadras falangistas y grupos militares. El terror se extendió en el vecindario como la pólvora que lo provocaba. Algunos izquierdistas que permanecieron en el pueblo fueron fusilados en la misma puerta de sus casas como primeras medidas de escarmiento, según señalaban las órdenes del general Queipo de Llano llegadas desde Sevilla.

El procedimiento, según la opinión de los testigos y los documentos que hoy pueden consultarse en los archivos, consistía en confeccionar las listas de los militantes de partidos de izquierda. El fusilamiento era inmediato para aquellos que se habían distinguido por delitos de sangre o en la organización de las milicias populares. En caso de duda sobre la 259 militancia o los cargos que habían de facilitarse a la capitanía general, se consultaba telegráficamente a Sevilla, y Queipo de Llano decidía personalmente su suerte. Al menos en La Mina, se sabe que a ninguno de los casos dudosos consultados se les concedió clemencia u otra pena que no fuera la muerte. La mayoría de los fusilamientos, en una ejecución sumaria y sin piedad, tuvieron lugar en las tapias del cementerio. Pero otros fueron asesinados mientras huían, como si se tratara de conejos o liebres. Por su cercanía a Sierra Morena, nuestro pueblo era un vivero de buenas escopetas. Algunas de ellas se pusieron al servicio de uno u otro bando de la guerra, según las circunstancias personales o los méritos a demostrar ante el bando correspondiente, con tal de salvar la propia vida o la de un familiar.

Las personas fusiladas por el ejército y la Falange se calcula que fueron el doble de los ejecutados por los socialistas (los comunistas eran muy pocos en el pueblo y con escasa capacidad de decisión).No obstante, conviene tener en cuenta que el número de muertos de uno y otro bando no es determinante del grado de violencia. Ambos lados destilaban la misma locura de venganza. Ocurre que la izquierda radical tuvo muy pocos días para sus ejecuciones sumarias, mientras que el ejército de Franco y la Falange dispusieron de más tiempo para la labor de exterminio durante su largo mandato.

   El país entero se llenó de escombros y viudas.

A La Mina se le había aplicado un plan especial de conquista por parte de la capitanía general, al tratarse de un foco minero que puede presentar mayor resistencia, dada la rebeldía de estos obreros y su disponibilidad de explosivos (dinamita) de uso en la minería, según se dice en una información reservada del Servicio de Información Militar (SIM) de la época. Esta precaución resultó infundada, porque la población apenas opuso resistencia. Más bien ocurrió lo contrario: la participación en un colaboracionismo cobarde acabó con el buen nombre de algunas personas de las que no se esperaba este comportamiento. Posiblemente se debía a que las tropas nacionales crearon una atmósfera de inseguridad por el terror. Cualquiera podía ser acusado sin culpa. Sólo por venganzas personales. Esto provocaba un desarme moral propicio a la delación y al entreguismo más infame, con tal de salvar la vida. Fue el miedo, el sentimiento del terror en su expresión colectiva, el que doblegó los límites de la dignidad humana hasta llegar a los instintos más primarios y salvajes ante la cercanía de la propia muerte o la del padre y el hijo denunciados. El mayor daño de la guerra civil española no estuvo en las muchas personas que perdieron la vida, sino en los que la conservaron a costa de la perversión de los valores morales que anidó como un cáncer en muchos supervivientes.

Una persona que presenció conversaciones telefónicas de Queipo de Llano con los jefes militares que tomaron el pueblo, señala la insistencia del general en que los fusilamientos fueran inmediatos, en gran número y con publicidad, para que sirvieran de ejemplo a los vecinos. Estas normas las daba Queipo en una rueda de comunicaciones que hacía cada día con los núcleos más importantes de población. Acostumbraba a celebrarla por circuito cerrado al final de su arenga que todas las noches emitía desde la emisora EAJ 5 (hoy SER) de la capital andaluza. En estas intervenciones Queipo de Llano comentaba las falsas o exageradas victorias del ejército de Franco, en una anticipación de lo que hoy se conoce como guerra psicológica. Nadie diría que este general de Valladolid, de perfiles tan duros y responsable de tantas muertes en el Sur, era la misma persona que, como futuro gobernador militar republicano de Madrid, salió al balcón del Café Colonial el 14 de abril de 1931 y pronunció un exaltado discurso a favor de la República y contra la Monarquía que hemos vencido en este día de orgullo para todos los españoles de buena fe. Fueron las palabras de este militar que durante la guerra
ordenó la muerte de tantos correligionarios suyos, precisamente por ser republicanos. Es lógico que Franco nunca se fiara de él.

La fuerza de los hechos que alimentan a esa madre y maestra que es la Historia demuestra que la guerra civil española tuvo su origen en una orgía de sangre donde el crimen y el odio tuvieron su representación más salvaje. Después, al cabo de los años, es verdad que los beneficiados de este enfrentamiento, donde el perdón nunca tuvo su asiento, se extendieron como una plaga en todo el territorio español. Ya integrados en el Movimiento Nacional, impusieron una paz basada en el silencio y la sumisión, tras unos años de hambre y estraperlo. Incluso más tarde consiguieron hacer feliz a una sociedad muda y sorda que se fue de excursión en un pequeño coche utilitario, el seíta; un eficaz instrumento para el olvido de aquella dictadura que para otros se hacía interminable.Es cierto que el citado Movimiento Nacional creó la Seguridad Social, las becas-salario, las magníficas universidades laborales. Es cierto que ningún régimen político posterior ha igualado al franquismo en la construcción de viviendas sociales para aquellos que vivían en chozas o casas en ruina. Es cierto que en los años del desarrollismo, gracias a algunas cabezas pensantes del Opus Dei y al saldo favorable de tantas divisas procedentes de miles de emigrantes, se consiguió un bienestar social ya lejos de la hambruna de los años cuarenta. Pero no es menos cierto que la guerra civil y la larga dictadura estigmatizaron el carácter de muchos españoles con un miserable legado muy difícil de erradicar en el futuro. Una vez más, los apuntes que mi padre dejó sobre lo que ocurría en La Mina y en aquella España difícil y energúmena son una llamada de atención en la crónica de aquel tiempo, cuando escribe:

La guerra civil fue el prólogo de un largo período de escasez que dejó a España esquilmada no sólo materialmente, sino con una merma lamentable de los valores sociales y políticos. La Mina, el país entero, se llenó de escombros y viudas.Un sentimiento de desamparo precedió y fue denominador común de la larga dictadura. Tal vez al paso del tiempo, cuando se puedan evaluar con más tranquilidad los efectos devastadores de esta guerra, el resultado más negativo no será el de las cuantiosas pérdidas materiales, y ni siquiera la suma, todavía desconocida, de tantas personas que perdieron la vida en un holocausto sin sentido.

El tiempo convencerá a las futuras generaciones de que el mayor daño de esta guerra estuvo en el proceso de descomposición que ha sufrido la conciencia colectiva del pueblo español; en la pérdida de nuestra identidad europea que tanto defendió la República; y en la forma tan desgraciada en que hemos mostrado al mundo civilizado nuestros instintos más bajos, repitiendo nuestro comportamiento de la conquista americana que Bartolomé de las Casas ya contó con detalle.Este cambio de mentalidad es posible que haga interminable la dictadura militar impuesta por el bando victorioso del conflicto.

No fue fácil para nosotros plantear de una manera imparcial y serena los acontecimientos de la guerra civil en un pueblo como el nuestro, con un fuero especial para la represión dictado por los vencedores. En La Mina abundaron los crímenes y las persecuciones para satisfacer venganzas personales. A veces corrió la sangre en asesinatos premeditados que hoy repugnan por su refinamiento. Todos estos crímenes tuvimos la paciencia y el horror de documentarlos. Pero narrarlos aquí, cuando ya empieza a escasear el espacio para esta historia, sería un empecinamiento obsesivo con la barbarie.

Al estudiar con detenimiento los atropellos que se cometieron, sorprende cómo acciones de gran bajeza humana se interpretaban como heroicidades en uno y otro bando. Al principio de la guerra, una persecución de monjas en Málaga o el despojo de la sotana a un sacerdote en la vía pública de un pueblo de Jaén, eran motivo de celebración festiva en el bar de Pepiyo, en el barrio de Las Cuevas. En el bando contrario, la paliza en el cuartel de la guardia civil a un izquierdista que había sido sorprendido pegando carteles de la FAI, servía de jolgorio en el selecto casino de La Amistad, frecuentado por las fuerzas vivas del pueblo y los ingenieros de las minas. Al construir el relato de los hechos, no era el contraste de las ideas políticas lo que nos llamaba la atención, sino la celebración del mal ajeno convertido en un odio gratuito y sin sentido.

Autor Antonio Guerra Gil.

"LA MINA" estará en todas las librerías a partir del 20 de Junio.

Petición de Libros a la editorial Siarum Editores C/ Santa Angela de la Cruz nº16 Utrera (Sevilla). Tlf: 669872872.

*Todos los resúmenes están realizados por su autor, publicando en el blog todo lo que el nos envía para este fin.

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