Desde nuestro Grupo nos mandan este documento personal de un Minero, el cual comparte con nosotros, y ponemos en nuestro blog, agradecemos que nos deje publicar dicho documento con tod@s Los Miner@s por el Mundo:
"Un día cualquiera del ocaso de la primavera, en un año como muchos
otros del siglo XX, abrí los ojos por primera vez. El lugar, una casa
andaluza, blanca y con un patio interior donde un gran limonero, lo
cobijaba con su sombra del calor, a veces insoportable, del inminente
comienzo del verano andaluz. Situada en un barrio de un pueblecito
minero, su nombre ya era de por sí, un buen augurio, se llamaba “Barrio
de la Alegría”.
Ahora cuando ya he vivido de sobras, más de la
mitad de mi vida, me encuentro capacitado para decir, que acerté al
venir a este mundo en este lugar, y sobretodo por pertenecer a la
familia que me tocó en suerte. Rodeado del cariño de mis padres e
inmerso en el centro de una familia de muchos miembros, fui objeto de
caricias y mimos por parte de todos. La casa de mis abuelos, donde nací,
se llenó de ternura hacia mí, y la disfruté hasta la saciedad, en
primer lugar por haber sido deseado y en segundo, por ser el único niño
pequeño que, sin contrincantes a la vista, era el centro de la atención
de todos, padres, abuelos, tíos y tías.
Según me han contado,
cuando me daba por llorar, la forma de callarme más efectiva, era
colocarme en un cesto y éste colgado de una rama del limonero. Eran
tantos en casa, que cada vez que pasaba uno le daba un empujón a la
cesta, y yo tan contento bamboleándome en mi improvisado columpio,
disfrutando de ver acercarse y alejarse las ramas cargadas de limones.
Mi
barrio, coto de juegos predilecto, fue hasta bien entrada la edad de
estar en uso de la razón, el lugar que componía la campiña de mis
correrías, la cual se divisaba desde el castillo fascinante que suponían
las paredes en construcción de la parte delantera de mi casa, que
algunos años después de mi nacimiento, distaba de la casa de mis
abuelos, unos treinta metros. Aún hoy están impresos en mi memoria,
algunos nombres de personas o familias que habitaban por aquel entonces
el mismo lugar.
Magdalena con su pequeña tienda, donde se podía
comprar de todo, y su pequeño parvulario (mi hermano Emilio asistió a
él), Acedo y su casa de muebles, Antonia “la barbera” y Virtudes con
sus tiendas de comestibles, Liñán y su bar. Pera el municipal que con su
uniforme imponía respeto, su hija Matilde y su escuela de “los cagones”
(a la que yo asistí), cuando era muy pequeño. No , no eran éstas las
personas a las que más cariño yo les tenía, pero eran muy significativas
dentro del barrio y por lo tanto muy conocidas. Podría seguir
enumerando muchas más como Estrella, Manuela la de Cascos, Antoñita,
Gabino el carpintero, las
carniceras, Angelita, los Yélamos, los tejeros, la Pandura, seguro que no habría suficiente papel para ponerlos a todos.
De
todas las familias que conocí, hay algunas que son especiales para mi,
no por ellas mismas (en mi corta edad no podía valorarlas), sino porque
en sus filas militaban niños de mi edad, con los cuales yo jugaba y
disfrutaba con su amistad. Entre ellas estaban Gabino y María con mi
amigo Gabino, Ramón y Juana con mi amigo José, Manuela “la carpintera” y
mi amigo Francisco, mi amigo Manolo “Lolo”. Había muchos más pues el
barrio era ruidoso y alegre, repleto de chiquillería, pero estos amigos
de mi infancia eran más o menos el grupo selecto de mi círculo de
relaciones, aunque tendría que hacer hincapié en que, de todos, había
dos, que más que amigos, éramos como hermanos, José y Gabino. No solo
por nuestra amistad, sino por el cariño y el trato con que las
respectivas familias nos obsequiaban a los tres, sin demérito del resto
de familias de amigos, que también hacían gala de su generosidad para
con todos.
Según me contaba mi madre, el lugar favorito donde no
le causaba agobios a la hora de darme de comer, era las escalinatas de
la puerta de atrás de la casa de Dolores “la carpintera”, abuela de mi
amigo Francisco. Cuando cierro los ojos y rebusco en la memoria de mi
infancia, pasan en la oscuridad de mis niñas tapadas, todo un rosario de
momentos, con una claridad cegadora.
La nieve que por única vez,
vi caer en mi pueblo, con los campos vestidos de un blanco
deslumbrante, los muñecos fabricados con ella en las calles, el
deslizamiento con maderas por el talud cubierto de nieve del Arenal.
Nuestros juegos con pistolas de agua, los montajes fantásticos que
rememoraban las heroicidades de figuras legendarias que habíamos visto
la tarde anterior en el cine de verano o de invierno, los ratos ociosos
viendo volar nuestras cometas o los “cucos” que fabricábamos de papel.
Las tardes lluviosas de invierno dedicadas a leer tebeos que
intercambiábamos entre nosotros. Los juegos del “tesoro” o el “coger”.
El juego de la billarda, de pelota, la pídola o del pañuelo. Los trenes
que fabricábamos con latas de conservas. Las carreras detrás de la
motocicleta con carcasa de coche del panadero, a la que llamábamos
“rata”, y que a más de uno de nosotros nos dio un disgusto por la
reprimenda de nuestros padres, por el peligro que suponía, ese engendro
de tres ruedas que volcaba casi siempre en la curva de Angelita.
Son
tantas y tantas las experiencias, que mi corazón se siente sacudido de
nostalgia por todo lo vivido y la felicidad que supone
el no tenerlo todo y tener que agudizar el ingenio para disfrutar a placer el tiempo de la niñez.
Hoy
que mi cultura andaluza, se encuentra abrazada con otra como es la
catalana, se me viene a la memoria, que muchas veces de las que visitaba
la casa de mi amigo José, su madre Juana, me decía al verme entrar
“Pedro tanca la porta”. Palabras que entonces dejaban mi mente en
blanco, por la falta de comprensión de las mismas, y que hoy me producen
una sonrisa sana al entender que ella usaba entonces de forma
totalmente normal, su lengua vernácula, pues procedía del reino de
Valencia. Avui mes que mai em dono compte de la riquesa que suposa la
confraternizació de les culturas i l’importància que té, per damunt de
totes les coses, la comunicació entre les persones, y la coneixença
mútua que ens fa estimar-nos".
Verano, 2000
Pedro López Escobar