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miércoles, 5 de marzo de 2014

Pequeños recuerdos de mi infancia (Pedro López Escobar).

Desde nuestro Grupo nos mandan este documento personal de un Minero, el cual comparte con nosotros, y ponemos en nuestro blog, agradecemos que nos deje publicar dicho documento con tod@s Los Miner@s por el Mundo:


"Un día cualquiera del ocaso de la primavera, en un año como muchos otros del siglo XX, abrí los ojos por primera vez. El lugar, una casa andaluza, blanca y con un patio interior donde un gran limonero, lo cobijaba con su sombra del calor, a veces insoportable, del inminente comienzo del verano andaluz. Situada en un barrio de un pueblecito minero, su nombre ya era de por sí, un buen augurio, se llamaba “Barrio de la Alegría”.
Ahora cuando ya he vivido de sobras, más de la mitad de mi vida, me encuentro capacitado para decir, que acerté al venir a este mundo en este lugar, y sobretodo por pertenecer a la familia que me tocó en suerte. Rodeado del cariño de mis padres e inmerso en el centro de una familia de muchos miembros, fui objeto de caricias y mimos por parte de todos. La casa de mis abuelos, donde nací, se llenó de ternura hacia mí, y la disfruté hasta la saciedad, en primer lugar por haber sido deseado y en segundo, por ser el único niño pequeño que, sin contrincantes a la vista, era el centro de la atención de todos, padres, abuelos, tíos y tías.
Según me han contado, cuando me daba por llorar, la forma de callarme más efectiva, era colocarme en un cesto y éste colgado de una rama del limonero. Eran tantos en casa, que cada vez que pasaba uno le daba un empujón a la cesta, y yo tan contento bamboleándome en mi improvisado columpio, disfrutando de ver acercarse y alejarse las ramas cargadas de limones.
Mi barrio, coto de juegos predilecto, fue hasta bien entrada la edad de estar en uso de la razón, el lugar que componía la campiña de mis correrías, la cual se divisaba desde el castillo fascinante que suponían las paredes en construcción de la parte delantera de mi casa, que algunos años después de mi nacimiento, distaba de la casa de mis abuelos, unos treinta metros. Aún hoy están impresos en mi memoria, algunos nombres de personas o familias que habitaban por aquel entonces el mismo lugar.
Magdalena con su pequeña tienda, donde se podía comprar de todo, y su pequeño parvulario (mi hermano Emilio asistió a él), Acedo y su casa de muebles, Antonia “la barbera” y Virtudes con sus tiendas de comestibles, Liñán y su bar. Pera el municipal que con su uniforme imponía respeto, su hija Matilde y su escuela de “los cagones” (a la que yo asistí), cuando era muy pequeño. No , no eran éstas las personas a las que más cariño yo les tenía, pero eran muy significativas dentro del barrio y por lo tanto muy conocidas. Podría seguir enumerando muchas más como Estrella, Manuela la de Cascos, Antoñita, Gabino el carpintero, las
carniceras, Angelita, los Yélamos, los tejeros, la Pandura, seguro que no habría suficiente papel para ponerlos a todos.
De todas las familias que conocí, hay algunas que son especiales para mi, no por ellas mismas (en mi corta edad no podía valorarlas), sino porque en sus filas militaban niños de mi edad, con los cuales yo jugaba y disfrutaba con su amistad. Entre ellas estaban Gabino y María con mi amigo Gabino, Ramón y Juana con mi amigo José, Manuela “la carpintera” y mi amigo Francisco, mi amigo Manolo “Lolo”. Había muchos más pues el barrio era ruidoso y alegre, repleto de chiquillería, pero estos amigos de mi infancia eran más o menos el grupo selecto de mi círculo de relaciones, aunque tendría que hacer hincapié en que, de todos, había dos, que más que amigos, éramos como hermanos, José y Gabino. No solo por nuestra amistad, sino por el cariño y el trato con que las respectivas familias nos obsequiaban a los tres, sin demérito del resto de familias de amigos, que también hacían gala de su generosidad para con todos.
Según me contaba mi madre, el lugar favorito donde no le causaba agobios a la hora de darme de comer, era las escalinatas de la puerta de atrás de la casa de Dolores “la carpintera”, abuela de mi amigo Francisco. Cuando cierro los ojos y rebusco en la memoria de mi infancia, pasan en la oscuridad de mis niñas tapadas, todo un rosario de momentos, con una claridad cegadora.
La nieve que por única vez, vi caer en mi pueblo, con los campos vestidos de un blanco deslumbrante, los muñecos fabricados con ella en las calles, el deslizamiento con maderas por el talud cubierto de nieve del Arenal. Nuestros juegos con pistolas de agua, los montajes fantásticos que rememoraban las heroicidades de figuras legendarias que habíamos visto la tarde anterior en el cine de verano o de invierno, los ratos ociosos viendo volar nuestras cometas o los “cucos” que fabricábamos de papel. Las tardes lluviosas de invierno dedicadas a leer tebeos que intercambiábamos entre nosotros. Los juegos del “tesoro” o el “coger”. El juego de la billarda, de pelota, la pídola o del pañuelo. Los trenes que fabricábamos con latas de conservas. Las carreras detrás de la motocicleta con carcasa de coche del panadero, a la que llamábamos “rata”, y que a más de uno de nosotros nos dio un disgusto por la reprimenda de nuestros padres, por el peligro que suponía, ese engendro de tres ruedas que volcaba casi siempre en la curva de Angelita.
Son tantas y tantas las experiencias, que mi corazón se siente sacudido de nostalgia por todo lo vivido y la felicidad que supone
el no tenerlo todo y tener que agudizar el ingenio para disfrutar a placer el tiempo de la niñez.
Hoy que mi cultura andaluza, se encuentra abrazada con otra como es la catalana, se me viene a la memoria, que muchas veces de las que visitaba la casa de mi amigo José, su madre Juana, me decía al verme entrar “Pedro tanca la porta”. Palabras que entonces dejaban mi mente en blanco, por la falta de comprensión de las mismas, y que hoy me producen una sonrisa sana al entender que ella usaba entonces de forma totalmente normal, su lengua vernácula, pues procedía del reino de Valencia. Avui mes que mai em dono compte de la riquesa que suposa la confraternizació de les culturas i l’importància que té, per damunt de totes les coses, la comunicació entre les persones, y la coneixença mútua que ens fa estimar-nos".



Verano, 2000


Pedro López Escobar

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