®Dulces recuerdos de Navidad
Hace unos sesenta y cinco años, año más o año
menos, las casas del pueblo no solían tener horno en la cocina para asar o
cocer los alimentos. Pero en mi casa y en la de Dolores la Sevillana si
teníamos, alimentado con carbón (no podía ser de otra manera).
En
los días previos a la Navidad se juntaban varias vecinas del barrio para
elaborar los dulces navideños, y se decidía en qué casa se iban a hacer: este
año toca en casa de Manuela la Tejera, o bien en casa de la Dolores. Una vez de
acuerdo, se llevaba cada una la masa correspondiente del dulce que tocaba hacer.
Se hacían polvorones, mantecados,
galletas, y cómo no, pestiños. Una vez puesta la masa en las bandejas cada una
la cortaba para hacer los trozos homogéneos, los polvorones se cortaban en
diagonal para que salieran en forma de rombos, las galletas rectangulares y los
mantecados se contaban con un vaso para que quedaran redonditos. Mientras, se
aprovecha el calor de la hornilla para freír los pestiños. Acompañaba a esta
tarea la tertulia entre estas sacrificadas amas de casa hablando de cosas que
por mi corta edad no me enteraba de nada.
¡Qué aroma se respiraba en la cocina
cuando se abría el horno!
Sobre todo, a matalahúva y a algún licorcito
que se usaba para esto menesteres, aunque no fuera directamente a los dulces,
las “zurrapillas" que quedaban en las bandejas se ponían en un recipiente y
después se comían con la cuchara.
Un año que tocaba en casa de la
Sevillana como se estaba hasta muy tarde, serían la una o las dos de la
madrugada, yo estaba sentado en una silla, y no sé si por el calorcito que
había en la cocina y también por el cansancio, es caso es que me quedé
adormilado, de pronto se oye: “píiiiiiii” prolongado y sonoro, todas las
mujeres se echaron a reír: es que se me aflojó el “fuelle”. Mi cara era
colorada, o por la vergüenza o por el calorcito, en estos casos ¿cómo se sale
del atolladero?
Antonio
Reina Moreno 8/12/2017