Miner@s por el mundo

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lunes, 24 de marzo de 2014

PILONGO Y LA VIRGEN DE SETEFILLA

Fue entre los años 1960 y 1965 cuando tuvo lugar una historia que ha venido a mis recuerdos al contemplar una fotografía que data  de esas fechas. En ellas se ve el estandarte de nuestra patrona Santa Bárbara, desfilando en procesión a la entrada de la calle Santa María de Lora del Río, rodeada de motoristas que, desde Villanueva del Río y Minas fueron acompañándola a dicha población en improvisada romería.

La causa por la que este singular hecho sucediera tuvo origen en una historia que en aquellas fechas, D.José Montolo, periodista de ABC y natural de Lora del Río, la contó en sus artículos Pajaritas de Papel.
El protagonista principal de aquella historia fue el creador de la imagen de Santa Bárbara, nuestro paisano Antonio García López "Pilongo". Este artista era muy devoto de la Virgen de Setefilla patrona de Lora del Río. Tenía por costumbre todos los años, ir en bicicleta a la Romería de dicha Virgen. Un año de los que pedaleando hacia un calor sofocante. Agotado por la Sed, se paró para descansar y beber agua, amparado bajo la sombra de un nogal de una huerta existente a unos 4 Kms antes de llegar a Lora, junto a la carretera. Le llamó la atención ver a dos jóvenes muchachas sobre sendas sillas de ruedas, eran las dos hijas de un hortelano que, por desgracia, estaban inválidas.Cuando "Pilongo" les dijo que iba a ver a la Virgen de Setefilla, las Jóvenes, con lágrimas en los ojos, les dijeron que ellas solo conocían a la  venerada imagen por las estampas o fotografías ya que, debido a su estado físico, nunca habían podido ir a su romería. Emocionado "Pilongo" al escucharla, su mente empezó a fraguar una hermosa idea. Dirigiéndose a las Jóvenes les dijo que no se apurasen porque muy pronto la Virgen de Setefilla iría a verlas a la Huerta.
Tras la Romería, de vuelta en su casa de la venta de las Cañas, con el recuerdo grabado en su memoria de la cara de la imagen de la Virgen de Setefilla, antes que se le olvidara, comenzó a sacar bocetos. Luego con trozos de barro, fue moldeándolo hasta conseguir el rostro de la Vigen. La similitud con el original fue perfecta.

Cuando la hubo terminado, "Pilongo" mostraba su obra. Todo su empeño era hacer ver las dos distintas expresiones de la cara de la Imagen, ya que según del lado que se la miraba unas veces reflejaba dolor y otras alegrías.
Decía que esta distinta semblanza eran un mensaje de la virgen que de esta manera se adaptaban al estado de ánimo de los devotos, unas veces con alegría y otras con tristeza.

Nuestro escultor, cuando hubo terminado su obra, requirió la ayuda de Luciano Recuero, que trabajaba en el mecánico en los talleres de la empresa minera, para que le hiciera la corona y demás tributos que tenía la Virgen. Este se ofreció plenamente, fabricó de latón dorado las ráfagas y la corona, semejante a la original de la Virgen de Setefilla, con tal acierto, que brillaban como si fueran de oro puro.

"Pilongo" , con el objeto de tener siempre la Virgen a su lado, hizo dos copias iguales, una para llevarlas a las Invalidas de Lora y, otra, para tenerla en su dormitorio, junto a su cama para que lo protegiera.

Cuando llegó el día del traslado  de la imagen a Lora del Río, para entregársela a las jóvenes fuimos muchos los que quisimos acompañarla. Colocada en un "Carromoto", rodeada por los miembros de la Hermandad de Santa Bárbara, que llevaban como representación de la misma el estandarte y escoltada por motoristas de las Minas, fue conducida a Lora del Río. En esta población esperaba a la comitiva José Montoto, que hizo una bonita crónica del acto. Después de ser bendecida la imagen por el párroco de Lora, de nuevo fue acompañada a la huerta para ser entregada a las dos invalidas. Emocionadas con lágrimas de alegría, las jóvenes no sabían como agradecerle a "Pilongo" la dicha de tener la Virgen en su casa.

Pasaron los años, las dos hermanas se hicieron mayores y dejaron la huerta para irse a vivir a Lora, llevándose consigo la imagen de Setefilla. La Misma acompaño durante el resto de su existencia.

Según algunas noticias que me han llegado del paradero de la imagen, aseguran que está depositada en una vivienda de Lora del Río, cuyos propietarios son familiares de las Hijas del Hortelano.

Fue así como en los años 60 la nobleza de corazón de nuestro desaparecido artista, "Pilongo, hizo el posible milagro de hacer feliz a los dos jóvenes Hermanas.

Aquel fue un día inolvidable con el estandarte de nuestra patrona Santa Bárbara (cuya imagen fue también creación de las manos de aquella humilde, pero gran persona) desfilando triunfante junto a la Virgen de Setefilla por las calles de nuestro vecino pueblo de Lora del Río.

Articulo cedido  Por José Hinojo de la Rosa, para su publicación en Miner@s por el Mundo.

jueves, 13 de marzo de 2014

La Leyenda de la Rata Madre


(La leyenda de la fuente de La Rata Madre o Pozo de los Negritos. Contada por Pepe Hinojo)
Cada año con la llegada de la primavera el entorno de nuestro pueblo, debido a la benefactora lluvia, se reviste de un variado colorido, causado por esa gran explosión de vida vegetal que cubre todos nuestros campos, creando en el ambiente un conjunto de bellas tonalidades que invitan a perpetuarlos, bien sea a través de una fotografía o pintura.


Fue un día del mes de Abril cuando, paseando para disfrutar del paisaje me adentré andando junto al caudal de agua del arroyo Tamojoso, que estas fechas corre con vocación de río, ya que aumenta considerablemente su corriente. Llevaba por compañía a esa gran y desinteresada amiga del hombre como es mi perra Nora que se deleitaba zambulléndose en las cristalinas aguas del arroyo, con mi cámara de fotos en la mano y bloc de dibujo para tomar apuntes del paisaje en el bolsillo, caminando por la orilla, al llegar a la altura del regajo de la fuente de la Rata Madre, me dirigí en su dirección para beber de sus benefactoras aguas. Lejos del ruido de la población, en aquel entorno, donde tan sólo escuchaba el correr del agua, el canto de los pájaros y el murmullo del viento acariciando el pinar, me senté debajo de la higuera que hay junto a la fuente. Cuando estaba más relajado abstraído aspirando ese aroma tan peculiar de nuestro campo, producido por la polinización de los árboles y flores de la hermosa naturaleza, distrajo mi atención los sonidos emitidos por mi perra que aullaba al escuchar el silbido producido por el viento a través de los árboles, era como si se tratara del lamento de muchos seres humanos; me invadió un gran escalofrío haciéndome recordar una historia que me contó mi abuelo en mi niñez.
Aunque alrededor de esta fuente, se tienen noticias de que hace casi dos mil años ya había una población beneficiándose de las vetas de carbón que afloraban a la superficie tales y cómo lo demuestran las escorias de fundición de mineral y los restos de cerámica de la época romana tardía que aparecen en el entorno, fue posiblemente en el siglo pasado cuando ocurrieron los hechos a los que me voy a referir, ya que las noticias son tan escasas que no me atrevo a dar una fecha exacta de los mismos.
De todo el mundo es sabido que este maravilloso y tranquilo paisaje del pinar de San Fernado no siempre fue así, hubo un tiempo en el que había una gran actividad producida por las explotaciones de los pocitos de carbón alterándolo todo.
Cuentan que a causa de la gran demanda de carbón que había, a falta de mano de obra y debido a que la población de los pueblos limítrofes que trabajaban en la extracción era escasa por ser labor de gran dificultad y peligro para la salud; decidieron los dueños de los pozos buscar mano de obra barata, para ello trajeron gran número de negros que casi en esclavitud vivían en chozas de manera infrahumana cerca de la fuente. Eran explotados al máximo, las jornadas laborales duraban casi doce horas en condiciones de peligros constantes ya que la seguridad de los pozos ofrecía pocas garantías para las personas por falta de entibación y ventilación, todo el trabajo se efectuaba de forma manual siendo el carbón porteado a hombros hasta el exterior.
De entre la colonia de negritos destacaban cinco hermanos por su ejemplar comportamiento humano, debido a su fuerte constitución física no tenían pereza para ayudar a los más débiles en las peonadas diarias, la madre de los cinco jóvenes nunca abandonar a sus hijos. Vivía en una choza junto a ellos a los que cuidaba con la mayor dedicación posible, aunque los víveres eran escasos, ella siempre se valía de maña para apañar algo de alimento para sus hijos, ya fuera buscando o trabajando en el campo o servicio doméstico sin límites de horas, se dedicaba a acarrear con un cántaro a la cabeza el agua de la fuente a todos aquellos que se lo solicitaban, a cambio de algún dinero o alimento. Dada la manera de roer y arañar por conseguir alimentos para sus hijos, cariñosamente era conocida por el apodo La Rata Madre.
¿Quién no ha oído hablar entre los mayores de nuestro pueblo minero de la tragedia del pozo de los negritos? .
Debido a las malas condiciones en que se efectuaban las explotaciones de carbón en dicho pozo, hubo un gran hundimiento dejando sepultado gran cantidad de trabajadores negros, el número exacto de muertos no se sabe con seguridad, barajándose cifras alrededor del centenar, lo cierto es que estas personas dejaron su vida en las entrañas de la tierra casi sin apenas auxilio, dicen que dos de los cinco hermanos negritos quedaron sepultados y que los tres restante perecieron al intentar rescatarlos.
De la madre nunca más se supo, hay quien asegura que desesperada se arrojó al pozo donde desapareció entre las aguas subterráneas que absorbieron su eterno llanto y que a la fuente se la llama Rata Madre porque las aguas que emanan, son las lágrimas de una madre que no se extinguen ni en los años de mayor sequía.
Cuando volvía de regreso de mi paseo el murmullo del sonido del viento en los árboles del pinar me hizo reflexionar en el anonimato de aquellos seres que con sus vidas forjaron una parte de la historia de nuestro pueblo.

Por José Hinojo de la Rosa (Pepe Hinojo).
Fotografía de www.villanuevadelasminas.es (Juan Rodriguez).

martes, 11 de marzo de 2014

Un sueño hecho realidad "El Gramófono de Heringer"

Hace ya bastante tiempo nos hacíamos eco de que una chica con raíces Mineras, Laura Tinajero había publicado su libro de forma gratuita y lo compartimos en nuestro Blog el enlace.

"Laura Tinajero se presenta con su primera novela donde podréis encontrar menciones a Villanueva del Río y Minas. En la segunda parte de esta novela, que está aún por ver la luz, también se mencionará el municipio.

Ella y su marido están trabajando en lo que sería otra obra narrativa ya centrada de lleno en La Mina que esperamos sea del agrado de todos los mineros.

El gramófono de Heringer está a la venta en Amazon, pero también podéis descargarla de manera gratuita en formato .pdf desde su blog http://lahumanistica.blogspot.com"








miércoles, 5 de marzo de 2014

Pequeños recuerdos de mi infancia (Pedro López Escobar).

Desde nuestro Grupo nos mandan este documento personal de un Minero, el cual comparte con nosotros, y ponemos en nuestro blog, agradecemos que nos deje publicar dicho documento con tod@s Los Miner@s por el Mundo:


"Un día cualquiera del ocaso de la primavera, en un año como muchos otros del siglo XX, abrí los ojos por primera vez. El lugar, una casa andaluza, blanca y con un patio interior donde un gran limonero, lo cobijaba con su sombra del calor, a veces insoportable, del inminente comienzo del verano andaluz. Situada en un barrio de un pueblecito minero, su nombre ya era de por sí, un buen augurio, se llamaba “Barrio de la Alegría”.
Ahora cuando ya he vivido de sobras, más de la mitad de mi vida, me encuentro capacitado para decir, que acerté al venir a este mundo en este lugar, y sobretodo por pertenecer a la familia que me tocó en suerte. Rodeado del cariño de mis padres e inmerso en el centro de una familia de muchos miembros, fui objeto de caricias y mimos por parte de todos. La casa de mis abuelos, donde nací, se llenó de ternura hacia mí, y la disfruté hasta la saciedad, en primer lugar por haber sido deseado y en segundo, por ser el único niño pequeño que, sin contrincantes a la vista, era el centro de la atención de todos, padres, abuelos, tíos y tías.
Según me han contado, cuando me daba por llorar, la forma de callarme más efectiva, era colocarme en un cesto y éste colgado de una rama del limonero. Eran tantos en casa, que cada vez que pasaba uno le daba un empujón a la cesta, y yo tan contento bamboleándome en mi improvisado columpio, disfrutando de ver acercarse y alejarse las ramas cargadas de limones.
Mi barrio, coto de juegos predilecto, fue hasta bien entrada la edad de estar en uso de la razón, el lugar que componía la campiña de mis correrías, la cual se divisaba desde el castillo fascinante que suponían las paredes en construcción de la parte delantera de mi casa, que algunos años después de mi nacimiento, distaba de la casa de mis abuelos, unos treinta metros. Aún hoy están impresos en mi memoria, algunos nombres de personas o familias que habitaban por aquel entonces el mismo lugar.
Magdalena con su pequeña tienda, donde se podía comprar de todo, y su pequeño parvulario (mi hermano Emilio asistió a él), Acedo y su casa de muebles, Antonia “la barbera” y Virtudes con sus tiendas de comestibles, Liñán y su bar. Pera el municipal que con su uniforme imponía respeto, su hija Matilde y su escuela de “los cagones” (a la que yo asistí), cuando era muy pequeño. No , no eran éstas las personas a las que más cariño yo les tenía, pero eran muy significativas dentro del barrio y por lo tanto muy conocidas. Podría seguir enumerando muchas más como Estrella, Manuela la de Cascos, Antoñita, Gabino el carpintero, las
carniceras, Angelita, los Yélamos, los tejeros, la Pandura, seguro que no habría suficiente papel para ponerlos a todos.
De todas las familias que conocí, hay algunas que son especiales para mi, no por ellas mismas (en mi corta edad no podía valorarlas), sino porque en sus filas militaban niños de mi edad, con los cuales yo jugaba y disfrutaba con su amistad. Entre ellas estaban Gabino y María con mi amigo Gabino, Ramón y Juana con mi amigo José, Manuela “la carpintera” y mi amigo Francisco, mi amigo Manolo “Lolo”. Había muchos más pues el barrio era ruidoso y alegre, repleto de chiquillería, pero estos amigos de mi infancia eran más o menos el grupo selecto de mi círculo de relaciones, aunque tendría que hacer hincapié en que, de todos, había dos, que más que amigos, éramos como hermanos, José y Gabino. No solo por nuestra amistad, sino por el cariño y el trato con que las respectivas familias nos obsequiaban a los tres, sin demérito del resto de familias de amigos, que también hacían gala de su generosidad para con todos.
Según me contaba mi madre, el lugar favorito donde no le causaba agobios a la hora de darme de comer, era las escalinatas de la puerta de atrás de la casa de Dolores “la carpintera”, abuela de mi amigo Francisco. Cuando cierro los ojos y rebusco en la memoria de mi infancia, pasan en la oscuridad de mis niñas tapadas, todo un rosario de momentos, con una claridad cegadora.
La nieve que por única vez, vi caer en mi pueblo, con los campos vestidos de un blanco deslumbrante, los muñecos fabricados con ella en las calles, el deslizamiento con maderas por el talud cubierto de nieve del Arenal. Nuestros juegos con pistolas de agua, los montajes fantásticos que rememoraban las heroicidades de figuras legendarias que habíamos visto la tarde anterior en el cine de verano o de invierno, los ratos ociosos viendo volar nuestras cometas o los “cucos” que fabricábamos de papel. Las tardes lluviosas de invierno dedicadas a leer tebeos que intercambiábamos entre nosotros. Los juegos del “tesoro” o el “coger”. El juego de la billarda, de pelota, la pídola o del pañuelo. Los trenes que fabricábamos con latas de conservas. Las carreras detrás de la motocicleta con carcasa de coche del panadero, a la que llamábamos “rata”, y que a más de uno de nosotros nos dio un disgusto por la reprimenda de nuestros padres, por el peligro que suponía, ese engendro de tres ruedas que volcaba casi siempre en la curva de Angelita.
Son tantas y tantas las experiencias, que mi corazón se siente sacudido de nostalgia por todo lo vivido y la felicidad que supone
el no tenerlo todo y tener que agudizar el ingenio para disfrutar a placer el tiempo de la niñez.
Hoy que mi cultura andaluza, se encuentra abrazada con otra como es la catalana, se me viene a la memoria, que muchas veces de las que visitaba la casa de mi amigo José, su madre Juana, me decía al verme entrar “Pedro tanca la porta”. Palabras que entonces dejaban mi mente en blanco, por la falta de comprensión de las mismas, y que hoy me producen una sonrisa sana al entender que ella usaba entonces de forma totalmente normal, su lengua vernácula, pues procedía del reino de Valencia. Avui mes que mai em dono compte de la riquesa que suposa la confraternizació de les culturas i l’importància que té, per damunt de totes les coses, la comunicació entre les persones, y la coneixença mútua que ens fa estimar-nos".



Verano, 2000


Pedro López Escobar